(Del libro, El Viaje del Trigraming)
Una «estación de servicio» que visitamos en todos los viajes se encuentra ubicada en una cueva en las montañas de Wudangshan, a la que se conoce como la Cueva del Príncipe. La cueva tiene una especie de balcón, donde hay un pozo para recoger el agua de la lluvia, una mesa con asiento para trabajar ―hay otros para las visitas―, y una estantería donde los objetos van variando con el paso del tiempo: libros, un reloj, calendario, … A un lado, hay una cocina simple y unos armarios con utensilios de cocina. De esta plataforma descienden, casi en vertical, unas escaleras de piedra muy empinadas que comunican con la parte posterior del templo-monasterio Zixiao Gong.
Este lugar tiene un guardián desde hace más de veinte años: un monje taoísta al que en nuestra primera visita bautizamos como el «Abuelito de la Felicidad» (su nombre es Jia Yongxiang). De origen campesino, decidió retirarse a este lugar pare meditar y estudiar taoísmo, aunque a juzgar por las visitas puede parecer no le queda mucho tiempo para esta actividad, en realidad ha escrito varios libros y a menudo le visitan personas para compartir con él conversación y té. Siempre recibe a los visitantes con una sonrisa que mantiene hasta que se van, incluso durante las conversaciones. Sus ojos «saltarines» y, sobre todo, su mirada, le hacen sentir a los visitantes que tienen en frente un taoísta con humor inglés. Todas las visitas terminan con una sensación de tranquilidad y ganas de volver otra vez. Cuando le visitamos le llevamos algún obsequio (fruta, libro, …), pero además de que nos invita a comer lo que tiene, siempre salimos con un regalo de su parte: un colgante, un libro, …
Uno de los armarios contenía en una mitad ropa y alguna pertenencia, en la otra había abejas que cuando abría le rodeaban y luego volvían a su lugar, aunque nunca le picaron, tampoco a los que pudimos verlo atónitos por este momento. Por este motivo también se le conocía antes como el «taoísta de las abejas» o el «taoísta abeja», pero la llegada del turismo ha acabado modificando el lugar y con éste desaparecieron sus abejas amigas. El monje y el lugar permiten entender muy bien la concepción taoísta de la relación con la naturaleza que deben de tener los humanos, así como de sencilla es su vida, sin calefacción ni electricidad. Los detalles del decorado van cambiando, pero su sonrisa afable y la sencillez de sus ropas, son la mejor imagen de la resistencia taoísta a convertirse en una mera atracción turística.
En el interior de la cueva hay una estatua de Zhenwu (conocido como el Guerrero Perfecto[1]), que según cuenta la leyenda, era el príncipe heredero de un reino antiguo, que abandonó la corte y acudió a Wudangshan para convertirse en inmortal, lo cual consiguió después de cuarenta años de cultivarse, incluidos los dedicados a la meditación en esta cueva. A un lado del pequeño altar hay una cama donde duerme el monje. Además de la humedad del lugar, otra cosa que nos sorprendió era algunas estatuas de Mao mezcladas con otras. Allí aprendimos que aunque un lugar pueda no tener buen fengshui, la persona que vive en él es capaz de transformarlo y vivir sin problemas, como se puede extrapolar a las estatuas de Mao que no distraen nunca al monje en su meditación o rezos.
Con los diferentes grupos de exploradores que le hemos visitado se le han ido planteando preguntas, muchas de ellas mezcla de un fuerte deseo de recibir indicaciones para solucionar problemas personales, con otras para entender cómo se puede llegar a tomar esta decisión y si no hay nada de duda al respecto. Alguien le preguntó si era mejor el té que el café… pero a veces su respuesta es un silencio que acompaña a su sonrisa mirando a los ojos, como invitando a pensar desde ese momento la pregunta que se acaba de formularle. Su taoísmo es una mezcla de sabiduría con un gran sentido del humor adobado con risas. Su buen estado de salud es, a menudo, objeto de curiosidad, aunque, según él, el secreto reside en seguir una rutina diaria que incluye meditación y ejercicios matinales todos los días, además de leer y escribir, lo que le permite tener un cuerpo de más de ochenta años y una salud de más de cuarenta.
Aunque alguien se vista como un monje taoísta, lo que importa es llevar el tao en el corazón (nosotros decimos que «el hábito no hace al monje»). Para el Abuelito su misión como servidor / dispensador de gasolina (taoísmo) consiste en tratar bien a todos los que vienen, así cuando se van, lo hacen contentos. Pasar un rato con él permite aprender que la felicidad no tiene nada que ver con el dinero y, que para alcanzarla no hay que acumular muchas cosas, sino más bien desprenderse de ellas.
Seguramente, las ganas de volver otra vez, que invaden a los visitantes al partir, son las que él mismo hace que defina al lugar como si fuera una gasolinera. Como el Abuelito nos ha explicado, las personas que llegan lo hacen con problemas o preocupaciones y en busca de consejos o ayuda. Ahí empieza su tarea: da consejos, explica como él ve la vida, mientras el visitante va llenando el depósito y cuando ha terminado sale zumbando para la civilización, de la cual él vive alejado.
Los visitantes, embelesados por sus explicaciones y sus sonrisas, mientras llenan el depósito, intentan salir con respuestas y soluciones a los problemas existenciales que les agobian en sus respectivas vidas cotidianas. Antes de llegar damos dos consejos al grupo: esperar sentados en silencio a que nos hable si le apetece y que Haiqing le salude en nombre de todos, pero que si alguien quiere preguntar que procure hacerlo con temas que puedan interesar al grupo. También que se respete su intimidad y que se evite sacar fotos sin pedirle permiso, porque de todos modos siempre le solicitamos sacarse una con todo el grupo, a lo que suele acceder sin problemas. Misión complicada porque cuesta de asumir el dejar pasar la oportunidad de preguntarle al Abuelito y que te diga cómo solucionar un problema, pero aún más renunciar a llevarse una foto en que se puede enseñar luego a los amigos dónde se ha estado y que la imagen ilustre el buen recuerdo que se guarda de la visita.
Con el paso de los años se ha convertido en casi un lugar de peregrinaje, al que acuden monjes, maestros de artes marciales e incluso una gran parte de los turistas no convencionales. Para nosotros esta es una de las actividades importantes de cada viaje y que tiene por objeto estimular la atención de los exploradores, como si fuera una aguja de acupuntura, más allá de una oportunidad de poderle preguntar a un sabio si tiene una solución específica para un problema concreto.
Al haber perdido ya al monje que cuidaba el fogón de Luoguantai, esperamos que el Abuelito tenga una larga vida y podamos seguir visitándole aún muchos años y rellenando el depósito de enseñanzas y felicidad.
[1] Una de las leyendas que explica este apodo, cuenta que Zhenwu se encontró con la diosa Guanyin disfrazada de anciana. Esta estaba afilando una barra de hierro en una piedra. Zhenwu, sorprendido, le preguntó cómo era posible afilar aquella barra hasta convertirla en una aguja de coser. Ella le respondió «Si se puede afilar una barra hasta convertirla en una aguja, todo es posible». La sabiduría de sus palabras le iluminaron: solo era cuestión de tiempo y perseverancia. Inspirado, regresó a la montaña y retomó el entrenamiento. Después de cuarenta años alcanzó la inmortalidad y se convirtió en un dios llamado «el Guerrero Perfecto».
Este y más relatos en el libro El Viaje del Trigraming, una colección de relatos de los momentos cumbre de las 16 ediciones de los viajes a China.