Al Feng Shui se le presenta, a menudo, como el arte del equilibrio y la armonía de los espacios que habitamos. Muchas veces, en la aplicación de estos conceptos, se pervierte la idea original de equilibrio inspirado en la naturaleza, imponiendo al espacio un rígido orden que evita la propia espontaneidad de la vida y el uso gratificante del lugar: habitaciones donde todo debe permanecer en una disposición inalterada, donde cada habitante tiene asignado un lugar y donde nefastos designios amenazan cuando se quebranta el orden establecido.

En la naturaleza, en cambio, tal rigidez no existe. Aparentemente en ella todo está desordenado y, sin embargo, pautas armónicas funden y entrelazan a los elementos y las distintas formas de vida, las intensidades de luz danzan en los ciclos del día y la noche, de las estaciones… y surgen, constantemente, inigualables escenarios que estimulan la vida.

A pesar de que en el paisaje urbano -nuestras casas y lugares de trabajo-, se dan citan lo mejor de nuestro tiempo, la vitalidad de tales espacios todavía no ha superado la fuerza y energía que emanan del medio natural. Mientras que las casas modernas se cierran en banda a los impulsos naturales de cooperación, sinergia y creatividad, la naturaleza vive un sistema abierto y creativo que los antiguos taoístas denominaron como el Wu Wei: el fluir libre y espontáneo.

El bosque, la naturaleza y el feng shui

Esta paradoja se ve claramente en un bosque. En él, los árboles y las plantas exploran la diversidad, tejen redes vegetales hacia el cielo y la profundidad de la tierra, los elementos se amalgaman en la riqueza de los relieves, y las estaciones decoran el espacio como una obra de arte inacabada: de ahí su fuerza vital. En cambio, cuando se interviene en él desbrozándolo, talando árboles, cortando las ramas en aras de una estética del orden racional, el paisaje pierde su fuerza y se debilita.

Con esta imagen del bosque es posible comprender por qué los geomantes taoístas infundieron al espacio habitado, la idea del vacío y la simplicidad, otorgándoles una fuerza muy por encima a la del orden en el diseño de los espacios. Así podemos entender el vacío como el lugar donde todo puede nacer, porque en este caso el bosque es todo aquello que creamos desplegando los impulsos de nuestra naturaleza interior… porque hay espacio para hacerlo.

Tener más cosas de la cuenta conlleva un esfuerzo desmesurado que evita que los sentidos se abran a la fuerza creativa del vacío y la espontaneidad. Mantener el orden requiere mucho tiempo, el espacio se cierra al cambio y la creatividad, y la energía vital no se renueva y se debilita. Por el contrario con demasiadas cosas, no se pone atención en el orden, crece el desbarajuste, los objetos se ocultan y olvidan, y el potencial del espacio y el personal se entorpece y dificulta.

Espacio abierto, simple en su organización, libre y versátil en su uso, son ingredientes claves del diseño natural de los espacios. Siendo el Feng Shui un camino de conocimiento a través de la vitalidad que nos rodea y la naturaleza, una de las trampas clásicas en las que puede detenerse el viaje de la vida, es el exceso de orden, la rigidez desmesurada y en el alejamiento de la espontaneidad.

Así que, paradójicamente, la armonía se percibe gracias al vacío y al desequilibrio creativo, de donde nace el movimiento y la diversidad.